Dejan huella #20

¡Hola! Hoy os traemos un nuevo dejan huella, esta vez de una novela de Julia Quinn, de la cual publicamos la reseña hace poquito. Podéis encontrar la reseña aquí. 

Miembros que menos me importaría no tener, en orden descendente, por Olivia Bevelstoke (actualmente con todos los miembros intactos).

¿Qué parte de su persona encorvada sobre un fajo de papeles le interesa tano? Porque eso era todo lo que había hecho aquella semana.  Quizás debería animar el espectáculo. En realidad, sería lo más adecuado. La mujer debía de estar moralmente aburrida. Podría saltar sobre su mesa y cantar. Tomar un poco de comida y fingir que se ahogaba. ¿Qué haría ella entonces? Vaya, aquel sería un dilema moral interesante.

Harry alzo la mirada, pero sin su habitual cuidado, puesto que sabía que ella no estaba. Excepto que no fue así.  Y aquella vez, ella tuvo que saber que él la había visto.

Olivia se dejó caer a cuatro patas, el corazón palpitándole con fuerza. La había visto. Indudablemente la había visto. Lo vislumbró en sus ojos, es su inesperado giro d cabeza. Querido Dios, ¿cómo iba a explicarse? Las jovencitas bien educadas no espiaban a sus vecinos.

Razones por las cuales podría estar gateando en el suelo y necesitaría evitar la ventana… no. No se le ocurría nada.

— Olivia, debes dejar de espiar a hombre.
— Pero…
— Lo que sea que pienses que sea Sir Harry, te lo prometo, estás equivocada.
— También lo he visto llenando una bolsa con dinero.
— Olivia, yo conozco a Sir Harry.
— ¿Lo conoces?
¿Y la había dejado seguir y seguir como a una idiota? Iba a matarlo.
De qué manera me gustaría matar a mi hermano, versión decimosexta. Por Olivia Bevelstoke.

— ¿Se confesó culpable de todo? ¿Su curiosidad insaciable? ¿Su lujuria te sobrecogió?

Harry se dio la vuelta y lo encaró directamente.

— Eres un asno.

— Me lo dices con mucha frecuencia.

— Nunca pasa de moda.

— Y yo tampoco — dijo Sebastian con una media sonrisa — Encuentro tan conveniente ser inmaduro.

—Sus ojos son azules — comentó él.
Ella alzó la mirada confusa.
— ¿Qué dijo?
— Sus ojos —murmuro él —. Son azules. Creía que podían serlo, considerando su tono de piel, pero era difícil de afirmar estando tan lejos.
—No estoy segura de lo que habla.
—Los míos son marrones.
— Lo son – murmuró ella —. Qué extraño.

— ¿No le parece excepcionalmente largo este vals?

— No creo.

Algo en su tono atrajo su atención y Olivia alzó la mirada, justo a tiempo para ver cómo se curvaban sus labios al decir:

— Solo parece largo. Porque yo no le gusto.

Ella jadeó. Era verdad, desde luego, pero no se suponía que él debiese decirlo.

— Tengo un secreto, lady Olivia — susurró él, inclinándose tan cerca como pudo sin romper los límites de lo correcto —. Usted tampoco me gusta.

Cosas que detesto de Sir Harry Valentine.
Por la normalmente benevolente lady Olivia Bevelstoke.
Creo que piensa que no soy lista.
Sé que piensa que soy poco amable.
Me chantajeó para que bailase con él.
Es mejor bailarín que yo.

Por una fracción de segundo permanecieron inmóviles, pillados en el momento, preguntándose: ¿Debería hacer como si no la hubiera visto?  E inmediatamente Harry pensó: Por supuesto que no. La saludó con la mano. Ella sonrió. Y le respondió el saludo. Y entonces… Se la quedó mirando con sorpresa. Estaba abriendo la ventana. Así que por supuesto que hizo lo mismo.

— Yo tengo el libro.
— Arrójemelo —le dijo él repentinamente.
— ¿Qué?
Se levantó del alféizar y parado en el piso, asomó la parte superior del cuerpo fuera de la ventana.
— Láncemelo.
Ella parecía tener muchas reservas al respecto.
— ¿Lo atrapará?
— Si usted puede lanzarlo, lo atraparé.
— Oh, sé lanzar — le respondió ella, claramente insultada.

Cinco cosas que me gustan bastante de Sir Harry Valentine. Por Olivia Bevelstoke.
Sonrisa
Ingenio
Ojos
Me hablaría a través de la ventana.

Y fue cuando lo supo. Había ocurrido. Justo aquí, en Londres. Harry Valentine se había enamorado.

— Me gustan los rompecabezas. Pero odio las matemáticas.
— Son lo mismo — dijo él.
— No. No lo son.
— Si dices eso es que debes haber tenido unos profesores muy malos.
— Eso no hay ni que decirlo. Por si no lo recuerdas, acabé con cinco institutrices.  

— Debo confesar confusión — dijo—. ¿Qué estoy mirando?
— A mí — dijo ella simplemente —. A nosotros. Juntos. En el mismo lado de la ventana.

— Si tú puedes lanzarlo, yo lo atraparé.Él rió. Y lo lanzó.

Y ella falló en atraparlo. A propósito.